TIPI: Técnica de Identificación de los Miedos Inconscientes – LUC NICON
Se trata, de hecho, de considerar los miedos como la clave de los padecimientos emocionales, sabiendo que son ellos los que determinan los reflejos más fuertes de defensa: la huida, la inhibición, la agresividad y, de forma inesperada, la toma de control .
Además, para tener miedo, tenemos que admitir que antes ya habíamos experimentado una primera experiencia desagradable. Esta primera experiencia es la que se debe encontrar para desactivar los comportamientos que induce.
Sin saber aún con certeza el mecanismo biológico, los resultados obtenidos sobre un gran número de personas muestran que, cuando se revive una situación que tiene como respuesta una reacción de miedo, esta última se desactiva si la dejamos evolucionar hasta el final.
También es necesario que éste “revivir” no sea una proyección intelectual, sino una realidad emocional que se conecta directamente con nuestra parte sensorial. En otras palabras, es a través de sus sensaciones físicas y no con su intelecto que hay que buscar el origen del miedo. Y esto es a menudo toda la dificultad de la técnica, ya que estamos acostumbrados más a pensar que a sentir.
Sin embargo, a través de sus sentidos, todo el mundo puede volver a las huellas más antiguas de los miedos que, en la mayoría de los casos, resultan ser las más determinantes. Aún más, es posible volver a conectar con muchos acontecimientos ocurridos durante el parto e incluso en el vientre maternal.
Muchas de las prácticas terapéuticas ya han seguido más o menos parcialmente este camino. De hecho, parece que el éxito de TIPI esté con el ensamblaje de los cuatro principios determinantes:
El miedo
El miedo se define como una emoción sentida en presencia o en la perspectiva de un peligro. En sus formas primarias, el miedo se presenta según dos tipos de manifestaciones: el miedo pasivo caracterizado por los fenómenos de inhibición, parálisis, y el miedo activo marcados por el pánico verbal o de acción.
Las reacciones ante un posible peligro tienen una influencia y una apariencia muy diversa: la aprensión, el estrés, el miedo, la preocupación, la ansiedad, la angustia. Todos ellos vienen de un sentimiento de impotencia ante los peligros de un mundo que se ve amenazante.
El término “peligro” debe ser entendido en el sentido más fuerte, es decir, como una confrontación con la muerte. Esta comparación puede ser directa (muerte física) o indirecta (pérdidas físicas o relacionales que pueden disminuir las posibilidades de supervivencia).
En nuestro enfoque, el concepto de la confrontación con la muerte es crucial. A través de la manifestación del miedo se trata, en efecto, de buscar el peligro que la generó.
En los casos de patologías graves o en todos los casos de fobias esta investigación nos lleva al periodo prenatal o al propio nacimiento y siempre es una confrontación directa con la propia muerte, que se identifica como responsable de sufrimiento. Ya se trate de una falta de oxígeno, una ingesta nutricional inadecuada, envenenamiento, disfuncionamiento interno o de una molestia externa que causó restricciones o sensaciones físicas difíciles de superar, de hecho es en la etapa de supervivencia más básica cuando se alimentan los miedos que generan los sufrimientos emocionales más obstinados.
Por supuesto, el “peligro” inicial responsable del miedo se puede comparar con el evento traumático generalmente buscado por los terapeutas, pero esta investigación está normalmente teñida de matices psicológicos, y esto conlleva una perspectiva esencialmente relacional sobre el evento.
Por ejemplo en una consulta terapéutica, si un feto ha vivido con un gemelo que no sobrevivió, el trauma provocado, si se identifica, se analizará según implicaciones esencialmente relacionales (sentimiento de angustia, la soledad o el abandono, la relación de fusión con el entorno, incapacidad para vivir relaciones largas o, por el contrario, asumir las roturas, etc.).
El mismo evento abordado a través de manifestaciones del miedo (TIPI) puede conducir, por ejemplo, a revivir una pérdida de conciencia provocada por el fenómeno de succión particularmente fuerte que acompaña a la evacuación del gemelo.
Al abordar las sensaciones repulsivas causadas por la situación, es el riesgo físico sufrido por la persona que se pone de relieve, mientras que analizando psicológicamente su relación con el caso, es la interdependencia emocional de la persona con el entorno la que se desarrolla. Del lado físico, la desaparición del gemelo aparece como un hecho violento que pone en peligro la supervivencia física del otro gemelo. Del lado psicológico, esta pérdida se ve sobre todo como una carencia afectiva difícil de superar.
De hecho, parece evidente que se trata de la sensación física experimentada durante un evento particularmente desagradable la que induce el impacto psicológico adverso. Posteriormente, cuando la introspección se detiene en este impacto psicológico se evita que se vaya al núcleo del sufrimiento físico y éste permanece activo en la memoria del cuerpo.
Aunque, obviamente, estamos más cómodos en un enfoque psicológico, si hablamos de curación las sensaciones físicas nos llevan a resultados mucho más ventajosos.
La sensación física
Investigar el origen del sufrimiento a través de las manifestaciones del miedo nos permite confiar en las sensaciones físicas que son concretas y fácilmente identificables.
Una persona incómoda en presencia de fuego, puede, sin ninguna dificultad, describir lo que siente en su cuerpo en ese momento. Por ejemplo, se puede sorprender, “escuchando” su cuerpo, de sentir un fuerte dolor en el hombro y el brazo, como si alguien la desequilibrase violentamente tirando hacia atrás. Esta sensación llevará, tal vez, a la persona a identificar una situación en que el fuego no es en ningún caso responsable de su miedo: cuando era un bebé, un adulto, sin duda, la cogió con fuerza para evitar que se quemara y, después, el temor que sentía cada vez al aproximarse a un fuego no era de quemarse sino de ser violentamente agredida y desequilibrada. Por supuesto, otra persona describirá de manera totalmente diferente las sensaciones que surgen en una situación igualmente tan personal.
Además, este ejemplo ilustra como se grava el miedo en nuestros cuerpos durante un evento desagradable: la sensación física experimentada en el momento del accidente se almacena de modo que siempre está disponible para resurgir.
Posteriormente, se manifiesta de manera idéntica en todas las situaciones percibidas, a menudo inconscientemente, similares a aquella primera situación.
Es esta traza sensorial la que proporciona la capacidad de superar de manera fiable y con precisión el evento original. Para hacer esto, se trata simplemente de dejarse llevar por esta memoria sensorial: todo el mundo sabe, de manera natural, “recordar” con su cuerpo.
En Malí, por ejemplo, las personas que hicieron este experimento, conectaron de inmediato “con las sensaciones” sin ninguna presión, de manera que se dejaron ir adentro de sus cuerpos por sus miedos.
En Occidente, por desgracia, la mayoría de personas se enfrentan a sus miedos utilizando su intelecto en lugar de “escuchar” sus cuerpos. Por lo tanto, debemos ayudarles a poner su modo analítico en espera para dejar que se impongan sus sensaciones.
Se han propuesto diversas prácticas para alcanzar este estado. El TIPI, la técnica adoptada aquí tiene la ventaja de ser muy simple y rápida de implementar (se instala conversando de forma natural) y no induce a ninguna dependencia (las personas están totalmente despiertas y conservan plenamente su libre arbitrio) .
Esta “reconexión física” con el evento original es crucial: se hace evidente a través de todos los casos estudiados que es el requisito previo para que el miedo pueda ser desactivado.
El enfoque intelectual no provoca ningún cambio. Si una persona tiene un nudo en la garganta, si le falta el aire y se siente como frenada cada vez que tiene que pasar por lo que ella cree un obstáculo, hasta el punto que tiene que hacer movimientos extraños para evitarlo, no es porque se entere de que nació con el cordón umbilical alrededor del cuello, lo que dificultó su nacimiento, lo que le permitirá estar fuera de peligro.
Sin embargo, incluso si no consigue identificar intelectualmente el evento que es el origen de sus dificultades, el solo hecho de revivir las sensaciones experimentadas durante este momento crítico puede ser suficiente para calmar sus miedos.
Dicho de otro modo, comprender sin revivir las sensaciones no alivia el sufrimiento, mientras que revivir las sensaciones sin necesidad de comprensión permite su curación. Esta verdad debe permanecer de manera constante.
Aunque la tentación es grande, en el caso de casos similares, el hecho de confeccionar una lista de perfiles psicológicos y normas de comportamiento basadas en acontecimientos vividos por la gente, como ejercicio intelectual, no hace nada en términos de curación.
Este enfoque es incluso peligroso: cada caso es único y descuidan las sensaciones particulares que se le atribuye a costa de una explicación estereotipada que a menudo conduce a una mala interpretación.
La pasividad
En un enfoque sensorial, la principal dificultad es aceptar la pasividad. No hay nada que hacer, nada que desear, nada que entender, nada que interpretar, sólo sentir físicamente y dejarse llevar por lo que se siente. Sólo se trata de ser un espectador que navega por sus sensaciones físicas y sensoriales sin ningún objetivo particular y sin prejuicios sobre las imágenes, sonidos, texturas, olores y sabores que han dejado sus huellas susceptibles de manifestarse en este momento.
La pasividad, también es válida para el que acompaña al paciente. De hecho, con el enfoque propuesto en esta técnica, la única ayuda que puede aportar el acompañante es permitir al paciente el poder conectar y mantenerse ocupado con sus sensaciones.
En general, el terapeuta apoya a las personas que lo necesitan. Él es quien sabe y quien cuida. El resultado entonces se basa principalmente en el conocimiento y la capacidad personal del terapeuta para ponerlo en práctica. Por el contrario, aquí, se trata de que cada uno encuentre solo su camino. El solo hecho de ser testigo, de no querer nada, de no saber nada, es la condición indispensable para que el frágil hilo de las sensaciones se pueda desarrollar adecuadamente.
Durante una sesión no es extraño que, después de un corta puesta en marcha, no haya ninguna intercambio de frases hasta el final. Para que quede perfectamente claro, la única habilidad requerida por quien ayuda es, si es necesario, saber hacer desconectar el intelecto resistente del paciente. De hecho no se requiere ningún conocimiento médico.
En este sentido, el uso de esta técnica no desplaza la terapia, sino que es más como un entrenamiento en el uso de nuestra memoria sensorial. Pero contrariamente a lo que se podría suponer a primera vista, la simplicidad de técnica no hace que sea sencilla. De hecho, no es fácil no ser la estrella, de aceptar sin saber, de ser simplemente un acompañante discreto que permite a todos aventurarse en sí mismos hasta su curación.
La pasividad también está presente en la curación porque, de nuevo, se trata de dejar hacer. Parece que la simple reconexión sensorial, de forma consciente, con el origen del sufrimiento es suficiente para desactivarlo. Ningún cuidado o tratamiento específico, ningún condicionamiento psicológico, ningún acto simbólico. De hecho es mejor evitar la intelectualización de las sensaciones percibidas durante la sesión para evitar ralentizar la propia curación natural y espontánea.
La curación
La curación es total, completa. No puede haber medias tintas: es todo o nada. El miedo desaparece cuando su fuente se ha revisitado sensorialmente. Si, en ciertos casos, el miedo sigue activo después de una primera introspección sensorial, las nuevas sensaciones que aparecen son diferentes y sirven de apoyo para ir más hacia el fondo de ese miedo. Es lógico que, desde el evento que creó el miedo inicial, se han sucedido muchas situaciones similares que se apilan entre ellas y amplifican el propio miedo.
Para ir al corazón del miedo sensorial, a veces hay que enfrentarse con la corteza y las capas siguientes. Evidentemente, sabemos que llegamos al destino cuando el miedo ya no se manifiesta más. Y si el miedo desaparece los comportamientos que generaba también cesan.
Esta curación sistemática, en el estado actual de nuestro enfoque tiene ciertos límites. De hecho, la desaparición del sufrimiento se vuelve muy incierta si este dolor se acompaña de una enfermedad física o comportamiento compulsivo (anorexia, la tartamudez, TOC).
En muchos casos sin embargo, tanto emocional como físicamente, el resultado es espectacular. Otras veces, sin saber el motivo el resultado no funciona tan bien. Además, con esta técnica, sólo el sufrimiento emocional y sin complicaciones físicas se puede resolver adecuadamente: fobias, depresión crónica, inhibiciones, irritabilidad, ansiedad y obsesiones.